Cuando dos personas se conocen y se da la atracción mutua comienza el coqueteo de ella y la conquista de él… a veces al revés.
Es un juego que divierte, que exalta los sentidos, que acelera las hormonas y nos pone a pensar más rápido.
En esos momentos cada uno saca sus mejores cualidades, y se hace de una cara lo más perfecta posible para lograr su conquista.
Si se logra ese triunfo, se abren para ellos muchas puertas. Ambos pueden optar por entrar, salir, pasear o quedarse en el aposento que resguardan.
El principio siempre es maravilloso… pero también es como una estrella fugaz.
Si eligen la puerta que lleva a no verse más, ambos se quedarán con un recuerdo. Uno que podrán guardar para su diversión, para contar de la manera más conveniente o dejarlo como un secreto por la razón que fuera.
Si eligen la puerta que los lleva a estar juntos por más tiempo, se arriesgan a muchas cosas más. Una de ellas, para mí gusto de las más peligrosas para los seres humanos, son las palabras.
Con la cercanía y la convivencia se van revelando facetas de la persona que de primer momento no se conocían, pequeños defectos que se tratan de pasar por alto, entre otras cosas.
También llegan las palabras. Con cada conversación se abre más el conocimiento de lo que esa pareja realmente es y de ahí, lo peligroso de la situación.
Se acude a frases como “TE QUIERO” o “TE AMO” o un “ESTOY ENAMORADO” para mantener el interés vivo y el premio cerca.
Pero luego llega el momento de la gran confusión. Cuando se termina el juego siempre hay alguien con una gran duda, alguien que pierde o que “es lastimado”.
Como mujer, he escuchado estas historias de muchas otras. Sin embargo, últimamente algunos hombres dicen haber sido víctimas de esos “engaños”.
Y cuando todo termina, en la mente del abandonado surge la pregunta de siempre: qué pasó con todo lo que me dijo? Se puede sentir algo por alguien un día y olvidar al siguiente?
He pensado mucho en el asunto, sacando teorías y tratando de resolver el misterio que encierran tantos desamores. Después de un tiempo, y usando mi propia lógica, he llegado a la conclusión de que el problema radica en EL MAL USO DE LAS PALABRAS!
Suena sencillo, verdad?
La gente utiliza palabras dulces para referirse a cuestiones meramente físicas y prácticas, o para mantener la atención y la relación activa mientras sea conveniente. Se acude a un “Te quiero” en vez de decir “te deseo”, a un “quiero estar con vos” en vez de un “quiero tener sexo con vos”, a un “quisiera estar siempre a tu lado” para decir “quisiera tener sexo con vos todo el tiempo”; se dice “no funcionamos como pareja” en vez de un “ya me aburrí de vos” o un “ya no podemos continuar nuestra relación” en vez de un simple “encontré a una persona que me gusta más”.
Es incomprensible que nos guste escuchar cosas tiernas y melosas para después caer llorando en lo que creemos es desamor y “mentira”.
Pero, pensemos de otra manera: si a una dama le dicen las cosas de una manera comprensible, práctica y con las palabras adecuadas (no por su hermoso sonido, sino por su certeza),es muy probable que el caballero reciba como mínimo un buen golpe o un rosario de insultos.
Sin embargo, si utilizáramos las palabras adecuadas, con un significado inconfundible y fáciles de entender por todas las demás personas, nos ahorraríamos una inmensa cantidad de historias sin fin sobre desamores, traiciones, mentiras, y corazones rotos.
He conocido muy pocas personas que se han arriesgado a romper esa barrera y a caer en lo que algunos llamarían desvergüenza, diciendo las palabras crudas pero simples que impiden malos entendidos.
Creo que las nuevas generaciones se dirigen hacia ese modo de utilización del idioma en el campo de las relaciones interpersonales.
Los jóvenes tienden a ser más prácticos (vulgares, según nuestras generaciones y las pasadas). Me parece que si lo hicieran todo se movería más fácil…
Qué creen ustedes?